La
vida es el conjunto de todos los momentos que no terminan. De esos días
magníficos en un encuentro con la familia, con amigos, el día en que volviste a
ver a tu gata con la esperanza de que no te odie por haberte ausentado y ahora
volver, el día que te graduaste con honores, el día que tu abuela te cuenta su
memoria favorita por décima vez, el día que te diste cuenta que eras capaz de
volver a amar, el día que nunca quisiste soltar la mano que sostienes ahora, el
día que te desnudaste y no te sentiste desnuda, el día que tu hermano se casó,
el día satisfactorio en terapia, el día que te empezaste a querer mucho y a
gustar, el día en que quisiste pagar la cuenta en la comida familiar o quizá
ese día soleado después de un invierno frío donde sientes como el sol calienta
tu piel. Pero también, la vida es el conjunto de esos días obscuros, esos días
que no te quieres levantar de tu cama ni siquiera para desayunar, el día en que
la inercia te obliga a ir al gimnasio pero no aumentas la velocidad de la
caminadora más del nivel cinco, los días que no te exiges, los días en que te
vale madres la pinche dieta que crees que debes de seguir por encajar en el
estándar social de lo que se ha establecido como un buen cuerpo y te convences
de que eso es lo que quieres -y no lo que quieren de ti-, el día en que
la abuela ya no puede contarte su historia favorita, ni siquiera puede
regañarte porque traes falda y no tienes vergüenza, el día en que tienes que
decidir con responsabilidad sobre los gastos -porque desgraciadamente, el
dinero y la vida es un binomio inseparable e imperfecto,
el día en que terminaste una relación de años y sientes que no hay manera de
que tu corazón vaya a sanar, el día en que odias a tu psicólogo y te preguntas
si algún día te van a dar de alta, el día en que te duele el corazón y ya no
lloras, los días en que te sientes sola estando con tantas personas.
Vetusta
Morla canta:
Nos quedan
muchos más regalos por abrir
monedas que al girar descubran un perfil
que empieza en celofán y acaba en eco…
Luego me doy cuenta, que por mucho que he crecido y madurado, no
hay estabilidad duradera. Que las caídas constantes son parte del ciclo de
vivir. Así como los días raros no definen tu vida, tampoco los días
deslumbrantes. Es el conjunto de ello y el balance de lo negro y lo blanco lo
que tornará la vida en su definitiva.
Comentarios
Publicar un comentario