Soltarte ha tenido que ser un año estacional.
Lo primero que aprendí contigo fue que era especial.
Lo último que aprendí fue, que el mundo no giraba
alrededor de mí,
a pesar de que contigo, a veces pensaba que si.
Tenía miedo de escribir y reflejar que a veces te
recuerdo mucho
y que otras veces te odiaba un poquito (demasiado).
Primero vino la transición entre el otoño y el
invierno. Aún era un clima cálido, pero en la obscuridad comenzaba a ventear y
progresivamente, comenzaba a hacer más frío. En esta estación, me negué a
aclimatarme. No quería dejar el clima tan acogedor, para soportar la inclemencia
de la helada. Pero como todas esas cosas de la vida que uno no puede controlar,
así tuve que soportar y atravesar el invierno. Y nevó, consecuencia de los días
más fríos, en qué además llovía. No quería salir de mi cuarto y evitaba al máximo
experimentar el frío que calaba hasta el corazón. Cuando salía, me abrigaba con
todos los recuerdos más bonitos y me cubría el cuello y las manos, con las
caricias atesoradas en la memoria. El desgaste fue natural. Efecto inevitable
del tiempo. Consecuencia agotable de lo efímero. Aquí, no estoy segura si me
jugaba sucio la mente, porque a veces tenía unos días magnificos. Eran los días
cálidos, cuando aun no se define la estación y cuando seguido nos atrevemos a
conjurar, ni parece invierno. Esos días
yo pensaba, que podía prolongar lo que ya no existía, que había una posibilidad
de vivir en el mismo momento para siempre. Eran los días de negación, los días
en que la realidad aún no se imponía a las circunstancias. No lo veía, pero
había llegado el momento. Me negaba a pensar que pudiera ser tan súbito, pero
así como después del veinte de diciembre-aun otoño- llega el veintiuno de
diciembre y oficialmente el invierno, un día nos quisimos y al otro, oficialmente
teníamos que dejar de hacerlo. Así fue y no me dí cuenta. Fue repentino y
desgraciada o afortunadamente, irreversible.
Y en ese invierno tan frío, tuve que salir del escondite.
Ya no había lugar seguro para mí. Salir y atravesar el desierto (Y quiero decir
que fue un desierto, pero en realidad fue un terreno inclasificable, que unos
días se inundaba cual pantano y otros se imponía como un terreno rocoso). Caminar
descalza. Sin abrigos ni sombreros. Sin provisiones más que un corazón, roto y
medio.
Y sufrí.
Y me dolió.
Y me costo atravesar los caminos y salir de un
panorama que parecía igual para cualquier lado que decidiera mirar y caminar. Sin
ningun mapa ni guía más que la intuición propia.
Este invierno fue largo, tan largo que parecía extenderse
por más de los tres meses que naturalmente duran las estaciones. Los efectos de
este invierno cubrieron la primavera, el verano y de nuevo, el otoño.
Fue un retiro. Adentrarme a lo que era. Darme cuenta y
afrontar, que era hora de limpiar la tierra, sacar las raíces de la siembra que
fue imposible cosechar.
El retiro fue multifacetico. La lucha por encontrarme
fue más dura de lo que había planeado soportar. No era una batalla contra ti,
era una batalla contra las ganas de quedarme en el pasado. Era una batalla para
desmontar el mundo que ya no existía. Era una cruzada por rescatarme de la
entrega de quererte sin condiciones.
Entonces, tuve que bajarte de donde te tenía. Tome una
pica, y fui destruyendo el pedestal que no merecías. Pero fue una lucha a
contracorriente. Fue destruir con una mano, y enseguida, construirlo de nuevo
con la otra. Porque te amaba. Porque quería cargar con la culpa que -ahora veo-
no me correspondía en su totalidad.Pero en el proceso, también te odie. Tuve que
destruirte y enojada, también te arrebaté lo que un día te entregué con muchísimo
cariño. Y aunque sin duda, es posible e inclusive vale la pena conservar lo
mejor de lo que ha pasado, no tuve claridad para discenir qué sí qué no podía o debía retener.
Y entonces,
aprendí que para soltarte, también tenía que soltar todo lo que asociaba con el
amor romántico. Darme cuenta que todo el dolor, se imponía desde mi pensamiento,
desde la expectativa de amor del otro. Que ciertamente uno ama como puede -y
que no todos amamos igual- pero no es posible amar más de lo que se ama
a uno mismo. Porque dejamos caer todo valor en el otro, y entonces, todo se
mide con la autonomía ajena y uno se vuelve una pequeña cosa, dependiente de la
otra.
Del proceso, mucho he escrito y también mucho he
publicado. Esta es una parte que he descubierto con el transcurso del tiempo y
cuando he podido desenredar los recuerdos borrosos y los nudos inquebrantables
del corazón. "Ya no te quiero, es cierto, pero cuanto te quise" -diría Neruda en
su poema 20- y he aprendido montones después de ti. Después de todo por eso mi
abuela me decía -cuando era a penas una niña- yo quiero que tengas muchos
novios, para que sepas que es lo que quieres en la vida. Y ahora sé, que no quiero
encontrarme contigo ni con alguien como tú, ni en esta ni en otras vidas.
Ahora sé -también-, que nunca hay un punto final. Qué no se acaban las historias, porque queda mucho de ellas impregnada en la memoria, el corazón y el cuerpo, que tampoco se cierran los ciclos, porqué somos el conjunto de las personas que hemos amado y por lo tanto es indisociable el pasado del producto del presente, lo que fuimos con lo que ahora somos. Que no se olvida del todo, pero a veces no vale recordar lo que dolió tanto. Es más bien un punto y aparte. Comenzar a escribir otro párrafo, con otra idea, pero que de alguna manera, da continuidad a la historia personal.
Finalmente ha llegado la primavera, después de lo que
parecio un eterno invierno; y en un terreno limpio, no florecen aún las
jacarandas recién plantadas, pero se dan las condiciones, para qué en alguna
primavera, lo hagan.
Seguramente vendrán otros inviernos. La naturaleza
imparable. Estaré preparada. Después de todo, me recuperé a mi misma.
Ahora sé que en invierno, no quiero volver a atravesar
el desierto, ni tampoco, las montañas.
Yo siempre enigmada con la vida.
Ella.
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