No puedo
decir que no me pasa, porque me pasa. Porque pienso en ti, inevitablemente en
algún momento de mi vida diaria. De noche siempre quiero escribir todo lo que
me consterna. Como si de día el sol despejara mi mente y en la noche se
abrumara con todo lo que fui dejando de lado. Inevitablemente llega la noche y
me inunda el espesor de mis pensamientos, ay, como me pesa pensar en ti.
Me he
negado mucho a publicar y en parte a escribir sobre el camino que he
atravesado, porque no ha sido lineal, ni progresivo. Porque al mes pensaba que seguramente
había sido lo mejor, pero al medio año me hundía llorando en las sábanas de mi
cama. Porque el veintinueve de julio me empaparon los recuerdos del aniversario, y a los
doce meses de la ruptura me caló el día que marcó el calendario, inevitable veintiocho de agosto, en circunstancias abismalmente diferentes. Porque a veces me
cuesta la existencia propia, afrontar la cara dura de la realidad de ser quien
soy. Y aunque hay unos días en que soy positiva, no deja de taladrarme la idea
del que pensarás sobre mí (si es que siquiera lo haces) -cómo si aún fuera
importante, cómo si debiera importante, pero quizá importa para mi proceso-. De
qué pensaste. De qué signifiqué. De saber cómo atravesaste tanto y cómo pudiste
empezar de nuevo, con alguien más. Borrar a alguien de tu vida y dejar la
vacante disponible, porque como todos, yo también soy reemplazable. Y no puedo
escribir que en cambio yo no he querido, porque después de ti, yo también lo he
hecho, de diferente manera a cada persona con la que me cruzo y con las mismas
manías con las que sé querer, pero con muchas más dificultades para comenzar a
hacerlo, y cuando comienzo, no me permito explayarme, tengo presente que hay un
límite. Me asusta querer de nuevo. No me lo permito. Me extiendo una especie de
capa, como si fuese protector solar y cubro mi corazón de cualquier posibilidad
de entrega. Porque ya fue mucho, porque apenas volvemos del naufragio. Del
dolor del abandono. Del constante martirio que agota la pregunta sin respuesta:
¿por qué no fui suficiente?
¿Es
posible querer tanto de verdad? Algunos días me quiero convencer de que estoy
obsesionada, que seguramente pensarán que soy una vieja loca, aferrada (que indudablemente soy) pero, ¿por qué quiero correr tan a prisa? ¿por qué soy cruel conmigo misma? ¿por qué me juzgo desde la perspectiva ajena? ¿No se vale tomarse
algún tiempo? Me desespero porque me
abrumo pensando en tu ritmo, y si tú lograste olvidarme en menos de
seis meses, ¿por qué yo no podría hacerlo en un año?
Ha sido
difícil soltar, dejar ir –como si no se hubiera ido todavía- a la persona que
más he amado. La persona en la que más he confiado. La persona que más ha
trascendido, y la persona que más fácil me echo al olvido y, claro que duele
soltar, cuando nunca has tenido nada, y soltar significa desprenderte de lo
único que ha representado realmente algo que vale la pena conservar. Yo también
ya estuve ahí, en esa parte del camino pedregoso, yo también permanezco ahí,
cada día, un ratito lidiando con mis preguntas. Pero me acuerdo de una frase
que no deja de rondar en mi cabeza que reza: romper con alguien significa no
poder preguntarte nada de él. Pero es mentira, romper con alguien es
preguntarte siempre por él, y acostumbrarse al silencio y a las suposiciones
como respuesta.
A veces
siento que perdí a mi mejor amigo, que la persona que me conocía mejor que
nadie, se murió un día después de pelear conmigo. Y lo digo así porque me dejo
inquieta, me dejo temblorosa, me dejo dolida, me dejo rota. Y ahora intento
responderme lo que nunca supe, ¿será que no fui suficiente? ¿También te
cansaste de mí? Yo a veces lo hago, me canso, pero es imposible no hacerlo,
cargo conmigo todo el tiempo. ¿Es que yo era muy pesada para ti? Quizá tú
hacías mi vida tan bonita y yo hacía lo contrario con la tuya. Y me duele
mucho, me duele el corazón y me duele la vida porque se quedó un vacío, se
quedó lleno mi corazón con la inseguridad y el miedo de que cuando vuelva a
estar con alguien, un día se vaya sin decirme nada, con el miedo de ser yo, con
libertad y sin máscaras. Y me cuesta, me cuesta seguir. Me cuesta no pensar
todos los días en ti. Ojalá viniera un día en que deje de pensarte porque no me
basta con saber, que yo siempre quise algo mejor para tí, alguien mejor que yo,
porque aunque es verdad, no me alcanza la madurez para creérmelo. Porque me
siento mierda, me siento pequeña cuando pienso en ti. Me siento insignificante
y me siento desecha para empezar a construirme otra vez. Me niego a escribir lo
que paso después de ti, porque mi vida se resume a un ciclo sin respuestas, que
me dan vuelta y me aturden la cabeza. Y que tuve que empezar a buscar donde
nunca me faltó nada, la fortaleza para seguirle, para levantarme todos los días
imaginando que seguro si, que seguro que hay un futuro posible para mí. Y
aunque trato de convencerme, hay días en que no es posible y me quiero morir un
ratito. No por ti, no es tu culpa. Por mi cabeza que me agota imaginando un sinfín
de historias, que terminan por convencerme que quizá nunca fue real, que no es
posible querer a alguien por tanto tiempo, tan bonito y un día decidir que ya
no más. Qué quizá ya veníamos arrastrando muchas cosas que nunca quise darme
cuenta. Que quizá es verdad, que el amor no es suficiente. Qué un día se nos
acabaron las ganas y que sin ganas, no hay nada.
De todo
se aprende y yo he tenido que aprender a marchas forzadas. Ojalá yo pueda
aprender de todo esto, de soltar, de dejar ir, de amar mucho sin que me duela
el corazón de nuevo, o que pese a las heridas, pueda amar otra vez, sin
limitarme, sin miedo a los raspones, sin asustarme porqué lo que inicia también
acaba y al final, también va a dolerme. Decir que “el tiempo todo lo cura” es
un poco mentira. El tiempo nos da espacio y a veces demasiado, nos permite la
reflexión, el autoconocimiento. Nos da respuestas unilaterales, a veces
insuficientes, y seguramente, las únicas.
Yo
siempre enigmada con la vida.
Ella.
Comentarios
Publicar un comentario